jueves, 11 de septiembre de 2014

El pañuelo. Emilia Pardo Bazán

                                                               
Emilia Pardo Bazán


El pañuelo
Emilia Pardo Bazán 

  Cipriana se había quedado huérfana desde aquella vulgar desgracia que nadie olvida en el puerto de Arenal: una lancha que zozobra, cinco infelices ahogados en menos que se cuenta...Aunque la gente de mar no tenga asegurada la vida, ni se alabe de morir siempre en su cama, una cosa es eso y otra que menudeen lances así. La racha dejó sin padres a más de una docena de chiquillos; pero  el caso es que Cipriana tampoco tenía madre. Se encontró a los doce años, sola en el mundo..., en el reducido y pobre mundo del puerto.
 



  Era temprano para ganarse el pan en la próxima villa de Marineda; tarde para que nadie la recogiese. ¡Doce años! Ya podía trabajar la mocosa...Y trabajó, en efecto. Nadie tuvo que mandárselo. Cuando su padre vivía, la labor de Cipriana estaba reducida a encender el fuego, arrimar el pote a la lumbre, lavar y retorcer la ropa,ayudar a tender las redes, coser los desgarrones de la camisa del pescador. Sus manecitas flacas alcanzaban para cumplir la tarea con diligencia y precoz esmero, propio de mujer de su casa. Ahora que no había casa, faltando el que traía a ella la comida y el dinero para pagar la renta, Cipriana se dedicó a servir. Por una taza de caldo, por un puñado de paja de maiz que sirviese de lecho, por unas tejas, y, sobre todo, por un poco de calor de compañia, la chiquilla cuidaba de la lumbre ajena, lindaba las vacas ajenas, tenía en el colo toda la tarde un mamón ajeno, cantándole y divertiéndole, para que esperase sin impaciencia el regreso de la madre.


  
  Cuando Cipriana disponía de un par de horas, se iba a la playa. Mojando con delicia sus curtidos pies en las pozas que deja al retirarse la marea, cangrejos, mejillones, lapas, nurichas, almejones, y vendía su recolección por una o dos perrillas, a las pescantinas que iban a Marineda. En un andrajo envolvía su tesoro y lo llevaba siempre en el seno. Aquello era para mercar un pañuelo de la cabeza...¿Qué se habían ustedes figurado?¿Que no tenía Cipriana sus miajas de coquetería?
 Sí señor,. Sus doce años se acercaban a trece, y en las pozas, en aquel agua tan límpida y tan clara que espejeaba al sol, Cipriana se había visto cubierta la cabeza con un trapo sucio... El pañuelo es la gal de las mocitas en la aldea, su lujo, su victoria. Lucir un pañuelo majo, de colorines el día de la fiesta; un pañuelo de seda azul y naranja...¿Qué no haría la chicuela por conseguirlo? Su padre se lo tenía prometido para el primer lance bueno; ¡y quién sabe sí el ansia de regalar a la hija aquel pedazo de seda charro y vistoso había impulsado al marinero a echarse a la mar en ocasión de peligro!
 



  Sólo qué, para mercar un pañuelo así, se necesita juntar mucha perrilla. las más veces, rehusaban las pescantinas la cosecha de Cipriana. ¡Valiente cosa! ¿Quién carga con tales porquerías? Si a lo menos fuesen unos percebitos, bien gordos y recochos, ahora que se acercaba Cuaresma y los señores de Marineda pedían marisco a todo tronar. Y señalando un escollo que solía cubrir el oleaje, decían a Cipriana:
 -Si apañas allí una buena cesta, te daremos dos reales.
¡Dos reales! Un tesoro. Lo peor es que para ganarlo era menester andar listo. Aquel escollo rara vez, y por tiempo muy breve, se veía descubierto. Los enormes percebes que se arracimaban en sus negros flancos disfrutaban de gran seguridad. En las mareas más bajas, sin embargo, se podía llegar hasta él. Cipriana se armó de resolución: espió el momento; se arremangó la saya en un rollo a la cintura y, provista de cuchillo y un paje o cesto ligeramente convexo, echose a patullar. ¿Qué podría ser? ¿Que subiese la marea deprisa? Ella correría más..., y se pondría en salvo en la playa.

  Y descalza, trepando por las desigualdades del escollo, empezó, ayudándose con el cuchillo, a desprender piñas de percebes. ¡Qué hermosura! Eran como dedos rollizos. Se ensangrentaba Cipriana las manitas, pero no hacía caso. El paje se colmaba de piñas negras, rematadas por centenares de lívidas uñas...
 Entrando, subía la marea. Cuando venía la ola, casi no quedaba descubierto más que el pico del escollo. Cipriana sentía en las piernas el frío glacial del agua. Pero seguía desprendiendo percebes: era preciso llenar el cesto a tope, ganarse los dos reales y el pañuelo de colorines. Una ola furiosa la tumbó, echándola de cara contra la peña. Se incorporó medio risueña, medio asustada...¡Caramba, qué marea tan fuerte! Otra ola azotadora, la volcó de costado. Y la tercera, la ola grande, una montaña líquida, la sorbió, la arrastró como una paja, sin defensa, entre un grito supremo...Hasta tres días después no salió a la playa el cuerpo de la huérfana. Cuentos. Editorial Lumen.


Fernando Álvarez Sotomayor
 


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario