domingo, 28 de abril de 2013

Flor de mayo. Vicente Blasco Ibáñez

  Todos los días había tormenta en el mercadillo del pescado: el odio entre las pescaderas Dolores y Rosario, cuñadas, era ya imposible de contener, pues se decía que la primera mantenía excesiva familiaridad con el hombre de la segunda, su antiguo novio...Y nadie diría que sus maridos eran hijos de los mismos padres: trabajador y bonachón el uno, siempre dispuesto a jugarse la vida mar adentro para ganarse el pan; el otro, un vago de gentil aspecto, incorregible bohemio y pródigo hasta verle el fondo al saco...



 Aquella tensión creciente, llamada a extenderse y traspasar las puertas del hogar, provocando el choque entre los dos hermanos, debía estallar por algún lugar; y lo haría con el ímpetu con que rompen las olas contra las barcazas de los pescadores, haciéndolas juguete de la tempestad.

  Cuando se descubra el engaño, la Flor de Mayo, la embarcación que tras una vida de peligro y sudor ha logrado comprar el laborioso Pascual, se hará a la mar con los dos hermanos un día de temporal...
 

J. Sorolla. Playa de Valencia


El lado oscuro
de una marina de Sorolla 

 Entre el Grao de Valencia y la Malvarrosa, que entonces se llamaba Cap de França, transcurre la acción de Flor de Mayo, un drama de pescadores cyas pasiones, gracias a la pluma de Blasco Ibáñez, consiguieron levantar en tierra un oleaje más terrible aún que cualquier borrasca en alta mar. 

 En esta pequeña franja del litoral, a finales del siglo XIX, tenían asiento varios poblados marineros divididos por las acequias que vertían las aguas en la playa. La acequia del Riuet marcaba la frontera del Grao con el Canyamelar. La acequia de En Gasch separaba el Canyamelar del Cabanyal. La acequia de Los Ángeles o de Pixavaques limitaba el Cabanyal y la Malvarrosa o Cap de França que a su vez tenía en la acequia La Cadena la última marca de este mar de la ciudad de Valencia. El Cabanyal era el centro del ajetreo de pescadores. en su playa varaban en aquel tiempo, junto a Flor de Mayo, otras cincuenta embarcaciones de cubierta de entre 15 y 25 toneladas y algunas de menor porte, que salían a faenar día y noche en las aguas del golfo, desde el cabo de San Antonio hasta punta de Sagunto, según la modalidad de pesca del bou.

  Estas barcas de vela latina navegan por parejas arrastrando en popa una red de copo de 21 brazas de largo y 130 mallas de ancho sobre el fondo de arena limpio de rocas desde 4 a 120 brazas de agua.
 

Joaquín Sorolla. El pescador

  La idílica escena de los bueyes en medio de las olas tirando de estas embarcaciones de pesca para entrarlas a tierra o botarlas al agua ha sido pintada repetidas veces por Joaquín Sorolla y por José Navarro. El boyero sentado en el testuz del animal guiándolo con una vara, los marineros empapados sacando las cestas del pescado entre el oleaje, las pescaderas con vestidos blancos esperando en la playa, los niños desnudos poseídos por el sol nadando, las velas latinas todavía hinchadas, varias parejas de bueyes amaestrados para esta labor tirando de las proas con toda la tensión de la musculatura salpicada de espuma, ésta ha sido una estampa clásica de la dicha mediterránea, pero debajo de la luminosa paleta de Sorolla estaban las pasiones y la miseria  de estos hombres de la mar.

 Flor de Mayo es un drama de pescadores, la borrasca en tierra de unas vidas malditas.Supone el negativo o revés de la trama de la felicidad sorollesca que Blasco Ibáñez pinta con trazo gordo mediante celos, venganzas y naufragios.
 

Joaquín Sorolla

 El mundo de Flor de Mayo está ya sumergido o naufragado en este espacio de la costa. A finales del siglo XIX estos poblados marineros estaban unidos a las colonias veraniegas que los burgueses de Valencia habían establecido en la playa y en ellas los personajes de Arroz y tartana, tenderos felices de la capital y los de flor de Mayo, pescadores de pasiones elementales convivían durante unos meses al año en un conglomerado de casas de estilo colonial y miserables barracones.

 Aquellos menestrales y burgueses de Valencia en vacaciones proporcionaron mucho material a Escalante para sus sainetes valencianos; Blasco Ibáñez, por otra parte, se sirvió de aquellos pescadores primitivos para elaborar un drama naturalista a la manera de Zola.
 

 Al atardecer, antes de que se encendieran las farolas de gas, sonaban las fichas de dominó en los cafetines; tal vez había una representación en el teatro de la Marina; se oían cantos acompañados por una pianola que salían de alguna villa mesocrática con fachada de azulejos y mirador historiado; los veraneantes hacían tertulia en la puerta de casa tomando el fresco, zarzaparrilla y agua de cebada y por aquella calle de la Reina, la principal de la barriada veraniega, se paseaba con chaqueta de pijama a rayas Blasco Ibáñez, que entonces aún vivía en la alquería de san Juan, antes de mandarse construir el chalet de la Malvarrosa, la famosa mansión con terraza interior sostenida por dos cariátides donde el escritor trabajaba en una mesa de mármol con cuatro leones alados, de tipo mesopotámico, puestos de base a sus pies.

 Aquel encanto burgués entre albañales que desaguaban en el mar tenía un sustrato social formado por gente descalza con navaja en la faja que se ganaba el pan en las barcas de bou de la forma más dura.

 El escritor conocía ese mundo desde dentro de su chaqueta de veraneante, no desde el fondo del alma como a los personajes de Arroz y tartana. Blasco era a la sazón un agitador político y se movía por el casino republicano del cabanyal levantando pasiones populistas contra la monarquía, el clero y el militarismo, pero, en medio de esta lucha atrabiliaria, su afán literario le llevó a explorar las costumbres de estos marineros embarcándose a veces con ellos, aunque sólo fuera como observador para narrar después los borrascosos lances de sus vidas.



 Barracas de pescadores, balnearios, barriadas de veraneantes burgueses, sanatorios, merenderos con sombrajos de cañas y casetas de baños se alternaban a lo largo de la playa desde el Grao hasta la Malvarrosa y ese espacio, donde Blasco agitó con toda violencia a sus criaturas en Flor de Mayo, está ya sumergido bajo el plástico y hoy se puede recorrer a lo largo de un paseo marítimo iluminado por un bosque de farolas de diseño milanés. (...) Manuel Vicent
                                                                       
                                                                                   

"Allá lejos, en un espacio libre de barcas, rodeada de negro y bullidor enjambre humano, alzábase sobre la arena la gallarda Flor de Mayo. El sol doraba sus flancos; sobre el espacio azul destacábase el mástil esbelto y graciosamente inclinado..." Vicente Blasco Ibáñez

                                                                        
Título: Flor de mayo
Autor: Vicente Blasco Ibáñez
Prólogo: Manuel Vicent
Licencia editorial: Círculo de Lectores
Nº Páginas: 223


Vicente Blasco Ibáñez
 




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