viernes, 26 de abril de 2013

El Lazarillo de Tormes. (Siglo XVI, Anónima)


Murillo. Niños comiendo melón y uvas

Lazarillo de Tormes es una novela breve de autor desconocido que se publicó por primera vez en Burgos en 1554. Esta obra, que se considera arquetipo de la novela "picaresca" -un término de incierta etimología que llegaría a definir una de las más importantes aportaciones españolas a la literatura universal-, narra en primera persona las fortunas y adversidades de la pobre y mísera existencia de su protagonista.

Nacido a orillas del Tormes -famoso río que baña las tierras de Salamanca-, hijo de un molinero que había acabado sus días en la cárcel y de una buena mujer que tras quedar viuda se amancebaría con un palafrenero morisco, Lazarillo entrará -siendo adolescente- al servicio de un mendigo ciego a quien acompañará en sus vagabundeos y de quién aprenderá las artimañas de la vida de pícaro.


Bartolomé Esteban Murillo. Niño apoyado

Cuando se sienta suficientemente aleccionado como para seguir su propio camino, abandonará de mala manera a su primer "maestro" y pasará al servicio de un clérigo tan pobre y hambriento como él, que vive de las limosnas de la iglesia destinada a los pobres.

A su lado aprenderá que la caridad, cuando se tiene el estómago vacío, sólo es virtud propia de santos. Su tercer amo será un hidalgo holgazán y arruinado, pero tan obsesionado por su honra que prefiere soportar los latigazos del hambre antes que rebajarse a pedir limosna.

Lazarillo se compadece de él y se dedica a mendigar para los dos, comprendiendo que existen quienes prefieren la honra sin pan al pan sin honra. Tras continuar su vida de pícaro pasando del servicio de un fraile al de un vendedor de bulas que se dedica a estafar a la gente de buena fe, acabará encontrando su propio camino convertido en pregonero público y casado con la sirvienta de un clérigo a la que su amo ofrece "generosa y desinteresada protección".
 
En el Lazarillo de Tormes encontramos por primera vez la dura lucha por la vida, en un ambiente de miserias, engaños y marginación, como materia de la literatura.

Esta obra nos presenta el envés de las novelas pastoriles de la época, contraponiendo al amor y al natural deseo de belleza -de aquellas obras "sentimentales"- el crudo apetito natural y la inminencia de la satisfacción de las necesidades primordiales como motor de la actuación humana.

Retrato de una realidad que hasta ese momento la literatura había preferido no tener en cuenta, el Lazarillo de Tormes se ha convertido con el paso de los siglos en lectura obligada y pieza clave de la narrativa en lengua española.

El éxito de la primera edición -incluida en el Índice de libros prohibidos en 1559- provocó la aparición de otras dos versiones -con varios añadidos innecesarios y apócrifos- fechadas en Alcalá, en 1554, y de una segunda parte publicada en Amberes un año más tarde.

En el Lazarillo de Tormes, como en El tema de nuestro tiempo, "la perspectiva es uno de los componentes de la realidad". Con esta mera forma de decir, de nombrar, Lázaro nos pone continuamente sobre aviso: el mundo no es unívoco, no hay valores sino referidos a la persona, y aun a título provisional.

Los objetos presentan tantas dimensiones diversas, e incluso contradictorias, como etapas recorre el sujeto: el potecillo que primero deleita a Lázaro y luego lo descalabra es "aquel dulce y amargo jarro"; los seis meses pasados al servicio del avariento clérigo son, en voz del pregonero, "el tiempo que con él viví o, por mejor decir, morí".

Y, naturalmente, cosas y personas  tienen tantas definiciones cuantos individuos relacionados con ellas: el mendigo con quien se estrena Lázaro es "mi nuevo y viejo amo"; el cura de Maqueda persigue por las noches "la culebra o culebro" que le limpia el arcaz.

El lenguaje del libro capta con deliciosa malicia la polisemia de la vida, echando mano, por ejemplo, de giros comparativos, de interpretación tan cambiante como el punto de vista a que se vinculen: Antona Pérez confía en que Lazarillo ha de salir "no...peor" que su padre ("tan bueno", pues, o "tan malo" como él); la amante del arcipreste es "tan buena mujer como vive dentro de las puertas de Toledo" (o ella es como todas o todas son como ella).

En perfecta coherencia con los modos de decir, la manera de narrar prima sobre todas una forma de presentación que se escinde en dos tiempos bien marcados: un primer momento de percepción pura (podría decirse), en que el protagonista registra unos hechos y les atribuye cierto significado; y un segundo momento en que asume un factor adicional que, respetando la apariencia de lo captado anteriormente, altera dicho significado. 



Ocurre así, verbigracia, en el encuentro con el escudero toledano, cuando Lazarillo toma por signos de riqueza lo que pronto entenderá como pruebas de miseria; o en el episodio del buldero, cuya farsa acepta el mozo como milagro, hasta que ciertas risas y comentarios le descubren el embeleco.
 
La dualidad de tales incidentes, según el punto de vista del espectador, es enteramente homóloga respecto de la dualidad con que el autor presenta al ciego como "nuevo y viejo amo" o se refiere al "dulce y amargo jarro".(...) (F. Rico)                                                            

Diego Velázquez. El aguador de Sevilla

Los hombres somos criaturas narrativas, y los días se nos van en fábulas: en esperanzas de un mañana a la medida de nuestro diseño, en nostalgias de cómo pudo ser el ayer; una veces, huyendo de la realidad, y otras huyendo hacía ella.

Cuando esas fábulas que nos contamos se hacen institución literaria, cuando cristalizan los géneros, ¿cómo no van a predominar las que dejan desbocarse la fantasía y el deseo? La ficción pide ficción, llama a más ficción, y, si de inventar se trata, ¿por qué poner cortapisas a la inventiva?. F. Rico
                                             

Francisco de Goya. Niños jugando a los toros
                     
Título: Lazarillo de Tormes
Autor: Anónimo
Prólogo: Francisco Rico
Edición: Miguel Requena
Diseño: Norbert Denkel
Nº Páginas: 150







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